A mediados de octubre la empresa en la que trabajo
(Think&Go!) organizó una jornada junto con la APD. Para los
que no la conozcan, es la Asociación para el Progreso de la Dirección y es una
Organización –digamos- precursora de la actual CEOE. El evento se titulaba del
Aula a la Empresa y se hizo un repaso general sobre la situación en la educación
preuniversitaria, la universidad, la visión de los directores de RRHH de las
empresas, etc.
Una de las ponencias me llamó mucho la atención.
Concretamente porque ponía sobre la mesa un estudio de mercado que, por vez
primera, había cifrado cuál era el coste del fracaso escolar de un alumno.
Aunque el dato, si mal no recuerdo, provenía de Finlandia, la cifra en sí te
dejaba helado sólo con escucharla: 1 millón de euros. Según este informe, que
un alumno en su etapa estudiantil, no universitaria, fracasase (y abandonase,
por ende) en sus estudios podría llegar a tener un coste para el estado en
torno al millón de euros. El dato es estremecedor. Cuando lo oyes por primera
vez, uno piensa: “pero cómo va a ser posible que un mal estudiante pueda
acarrear tanto gasto a una nación”. Pero claro, cuando te empiezan a hacer el
desglose, no sólo la cifra cuadra, sino que hasta se queda pequeña. En ese
millón de euros se contabilizan, y entre otros, los gastos que dicha persona
acarreará durante toda su vida a la seguridad social. Lógicamente, alguna vez
se pondrá enfermo, necesitará medicinas y, a lo peor, alguna hospitalización. El
estudio computó también aquellos costes derivados de otras prestaciones
sociales y por los que el estado tendrá que sufragarlos; al ser una persona que
–probablemente- esté más tiempo en el paro que en activo cobrará unos subsidios
de desempleo y, lo peor, apenas aportará vía impositiva a las arcas. De modo y
manera que cuando un estudiante oye eso de “no vas a ser nada en la vida”, hay
que tomarlo con cautela, porque algo sí que será (seguro): un increíble gasto
para cualquier estado.
Por eso no sólo es necesario acometer una reforma integral
del sistema educativo, sino que se debería afrontar una auténtica revolución.
Pero, por favor, señores gobernantes: no vuelvan a cambiar los planes de
estudios. Porque con cada nuevo gobierno, el entrante modifica prácticamente el
sendero marcado por el gobierno saliente. Y así, el único perjudicado es el
alumno, que ve cómo tiene que amoldarse a nuevas exigencias del guión.
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