Esta es la historia de "Héctor". Héctor es autónomo y, puesto que está iniciando su actividad, ha decidido acudir a su banco de toda la vida a solicitar un préstamo. El director de la oficina le recibe con una gran sonrisa (quizás pensaba que iba a realizar un depósito). Pero no, Héctor quiere que el banco le de dinero (¿nos hemos vuelto locos?).
Una vez se ha sentado Héctor en el despacho, su amable director le busca cualquier rastro en su entidad y en otras de la competencia. Antes de dar dinero hay que vigilarse muy bien las espaldas. Comprueba que esté al día con su hipoteca y con sus proveedores (agua, gas, luz). Efectivamente, no tiene ningún recibo pendiente de pago, ni devueltos. Héctor no sabe que casi están escudriñando su perfil hasta límites insospechados y saben ya más de él que si mismo. Sin embargo -¡oh, qué lástima-, el banco decide que Héctor no puede disfrutar de un préstamo para hacer "crecer su empresa". Le argumentan que sus ingresos no son lo suficientemente fuertes como para hacer frente al crédito.
Héctor suplica, llora y ruega que el banco -su banco, ese de toda la vida- le de el préstamo, pues está trabajando para unos clientes en unos proyectos y le deben una gran cantidad de dinero en atrasos, equivalente al doble de la cantidad solicitada en el préstamo. Finalmente Héctor se queda sin el crédito.
Se despide Héctor de su amable director pensando en voz baja que "ojalá Dios te dé el doble de lo que tú me das a mí". Cuando llega a su oficina, delante de su portátil abre una hoja de cálculo y va escribiendo los nombres de todas las empresas que le deben dinero; y al lado, los importes. Llama a sus amigos y cuenta lo que ha pasado y decide compartir su particular RAI. En poco más de una hora han fabricado una lista con un centenar de empresas morosas. Héctor no sabe si definirlos morosos o estafadores; a fin de cuentas son empresas que contratan servicios y que -posteriormente- no pagan. El nexo común de estas empresas -también- son las peregrinas justificaciones para no pagar. Es como aquel cliente que se compró un jamón serrano en El Corte Inglés y devolvió el hueso pelado, solicitando le devolvieran el dinero pues estaba muy salado. Estaría salado, pero se comió hasta el tuétano...
Yo no me llamo Héctor. Soy Santiago pero me identifico tanto con el personaje inventado de esta historia que he decidido crear una pequeña base de datos con clientes que, o no pagan o lo hacen tarde y mal. ¿Empresas? que, por su culpa, me niegan en el banco un crédito, convirtiéndome en banquero de terceros, siendo cada vez más desconfiado de cada potencial cliente y quizás perdiendo oportunidades de expansión.
Una vez se ha sentado Héctor en el despacho, su amable director le busca cualquier rastro en su entidad y en otras de la competencia. Antes de dar dinero hay que vigilarse muy bien las espaldas. Comprueba que esté al día con su hipoteca y con sus proveedores (agua, gas, luz). Efectivamente, no tiene ningún recibo pendiente de pago, ni devueltos. Héctor no sabe que casi están escudriñando su perfil hasta límites insospechados y saben ya más de él que si mismo. Sin embargo -¡oh, qué lástima-, el banco decide que Héctor no puede disfrutar de un préstamo para hacer "crecer su empresa". Le argumentan que sus ingresos no son lo suficientemente fuertes como para hacer frente al crédito.
Héctor suplica, llora y ruega que el banco -su banco, ese de toda la vida- le de el préstamo, pues está trabajando para unos clientes en unos proyectos y le deben una gran cantidad de dinero en atrasos, equivalente al doble de la cantidad solicitada en el préstamo. Finalmente Héctor se queda sin el crédito.
Se despide Héctor de su amable director pensando en voz baja que "ojalá Dios te dé el doble de lo que tú me das a mí". Cuando llega a su oficina, delante de su portátil abre una hoja de cálculo y va escribiendo los nombres de todas las empresas que le deben dinero; y al lado, los importes. Llama a sus amigos y cuenta lo que ha pasado y decide compartir su particular RAI. En poco más de una hora han fabricado una lista con un centenar de empresas morosas. Héctor no sabe si definirlos morosos o estafadores; a fin de cuentas son empresas que contratan servicios y que -posteriormente- no pagan. El nexo común de estas empresas -también- son las peregrinas justificaciones para no pagar. Es como aquel cliente que se compró un jamón serrano en El Corte Inglés y devolvió el hueso pelado, solicitando le devolvieran el dinero pues estaba muy salado. Estaría salado, pero se comió hasta el tuétano...
Yo no me llamo Héctor. Soy Santiago pero me identifico tanto con el personaje inventado de esta historia que he decidido crear una pequeña base de datos con clientes que, o no pagan o lo hacen tarde y mal. ¿Empresas? que, por su culpa, me niegan en el banco un crédito, convirtiéndome en banquero de terceros, siendo cada vez más desconfiado de cada potencial cliente y quizás perdiendo oportunidades de expansión.
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